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Núria Oliveras Boix y Jordi Oliveras Boix son hermanos. En el año 2003 deciden «autoconstruir» su primer despacho e inician su actividad a través de la participación en concursos de ideas. Desde entonces en Oliveras Boix Arquitectes han desarrollado proyectos y obras, principalmente para la administración pública, por los que han obtenido diversos premios y menciones.

También han desarrollado trabajos en el ámbito del planeamiento y han participado en la edición y coordinación de diversas publicaciones y trabajos de investigación en los ámbitos de la ciudad, la vivenda, la sostenibilidad y la accesibilidad.

 

«Queda mucho por hacer; hay que recuperar el entusiasmo»

 

¿Qué pasó para que dos hermanos decidieran ser arquitectos?
A menudo nos lo preguntan. También nos preguntan si nuestros padres son arquitectos…  No es el caso. Desde pequeños los dos sentimos una cierta tendencia hacia el dibujo y hacia actividades que tuvieran que ver con construir, con idear cosas: cabañas, vehículos, inventos varios…
Núria: Yo soy la mayor y cuando tuve que decidir acabé inclinándome por la arquitectura siguiendo una especie de intuición. Supongo que esperaba satisfacer esa faceta creativa pero creo que a la vez me atraía un cierto compromiso social, la posibilidad de actuar sobre lo existente para mejorarlo.
Jordi: En mi caso, la decisión de mi hermana me permitió entrar en contacto con la escuela en cierta manera antes de llegar a ella. Yo todavía estaba en el instituto pero desde el comienzo empecé a disfrutar con las maquetas, hojeando los libros que aparecían por casa… La arquitectura me «enganchó». Ya entonces empezamos a funcionar como equipo y a partir de ahí todo fue sucediendo de forma natural.

De vuestra etapa como estudiantes en la ETSAB ¿qué os influyó más?
Valoramos especialmente el carácter generalista, casi «davinciano», de aquella escuela de Barcelona frente a la tendencia a la especialización que actualmente parece estar más de moda. Tener la oportunidad de asistir a una clase de teoría de la sensibilidad con Xavier Rubert de Ventós y al rato estar con Agustí Obiol dibujando diagramas de momentos, por poner dos ejemplos, pues eso es una experiencia impagable que sólo puede darse en una escuela de arquitectura. Es precisamente esa formación dispersa la que da al arquitecto la capacidad de gestionar, coordinar y mediar en situaciones y procesos complejos desde una óptica transversal. Luego la práctica puede conducir a la especialización pero ese poso nos parece importantísimo. También puede que esa sea la clave que nos permita «reinventarnos» como ahora se nos sugiere.

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Intervención en la antigua fábrica Alchemika de Barcelona Edificio multifuncional en Reus: Fase 1, archivo comarcal Estudio fotográfico en Poblenou (Barcelona)CRAE)

En 2003 fundasteis Oliveras Boix Arquitectes o como explicáis vosotros “autoconstruisteis el despacho”. ¿Cómo ha sido la evolución del estudio en esta década de actividad?
Jordi: Solemos decir que «autoconstruimos» nuestro estudio porque literalmente lo hicimos. Núria había terminado ya y había empezado a trabajar. Yo estaba empezando el proyecto final de carrera y trabajaba como becario. Vivíamos en casa de nuestros padres y el volumen de papel y de maquetas empezó a ser bastante insostenible. Sentíamos la necesidad de un espacio propio y nos pusimos a buscarlo. Encontramos un pequeño local absolutamente desmantelado en un interior de manzana del Ensanche cuyo alquiler podíamos costear entre los dos y decidimos rehabilitarlo nosotros mismos; tardamos un año. Fue nuestro primer proyecto y nuestra primera obra.
Núria: Empezamos a presentarnos a concursos de ideas y durante un tiempo fuimos compaginando la actividad del estudio con las colaboraciones en otros despachos. Y así hasta que ganamos el concurso para el conjunto multifuncional de Reus. Aquel encargo supuso la posibilidad de dejar las colaboraciones externas y centrarnos en nuestro propio proyecto. Desde entonces no puede decirse que el despacho haya cambiado mucho…  Seguimos concursando, nos trasladamos a un espacio mayor, pero nos hemos mantenido con un equipo reducido que se ha ido adaptando a las necesidades de cada momento.

¿Qué buscáis transmitir en cada uno de vuestros proyectos?
No es algo que nos planteemos habitualmente al abordar un proyecto. Lo vemos más como el resultado de un proceso que como un a priori o un objetivo en sí mismo. Nosotros entendemos la arquitectura como aquella disciplina capaz de crear espacios para ser habitados, utilizados, dando respuesta a unas necesidades o problemáticas concretas, en un lugar y entorno determinados, y siempre fruto de un proceso de reflexión y negociación que acaba definiendo una actitud, un proyecto, que se formaliza a través de unas soluciones constructivas con una técnica y una estética determinadas. Lo que esa arquitectura acabe transmitiendo nos parece que es algo que habría que preguntarle a quien la vive, a quien la pasea o a quien simplemente la mira.

¿Qué valores arquitectónicos os gustaría que defendieran vuestros trabajos?
Simplicidad, rigor, compromiso…  Siempre nos ha parecido particularmente estimulante tratar de encontrar esa solución sencilla y a la vez eficaz que en un gesto es capaz de dar respuesta a un montón de necesidades y variables.
Rigor porque siempre nos hemos sentido especialmente interesados por los procesos constructivos, por el detalle, por los oficios… A la vez que dibujamos algo nos parece inevitable preguntarnos cómo va a construirse. En ese sentido consideramos básica la colaboración entre el arquitecto y la industria desde la fase de diseño del proyecto. Es un proceso al que damos una especial importancia. Y esto incluye la variable económica que a menudo ha sido desatendida por el arquitecto. Hay que saber cómo se construyen las cosas, cuánto van costar, cómo se van a mantener y a qué precio… Es un compromiso que creemos que la arquitectura de hoy no puede esquivar, sólo así podemos hablar de arquitectura responsable. La sostenibilidad también pasa por ahí.

 

 

«Siempre nos hemos sentido interesados por los procesos constructivos, por el detalle, por los oficios… A la vez que dibujamos algo preguntarnos cómo va a construirse»

 

Uno de vuestros últimos trabajos finalizados es la intervención en la antigua fábrica Alchemika de Barcelona. ¿En qué ha consistido este trabajo de rehabilitación y cambio de uso?
Se trataba de una antigua fábrica de plásticos situada en el barrio del Camp de l’Arpa, en Barcelona. La fábrica, obra de Francesc Mitjans y construida a finales de los años 40, estaba en desuso desde los 80 y los movimientos vecinales habían reivindicado largamente su transformación en manzana de equipamientos. El interior de la nave no presentaba un especial interés pero su fachada estaba protegida como parte integrante de la memoria histórica del barrio. El principal reto del proyecto ha sido la conservación de la fachada existente y su compatibilización con la implantación de un nuevo programa social y diverso: biblioteca, guardería, centro de barrio y residencia para ancianos. El encaje de los diversos usos entre ellos fue especialmente complejo dada la disparidad de programas y la topografía del solar, que presenta un considerable desnivel entre un extremo y otro. Gran parte de la biblioteca se desarrolla bajo rasante. Mediante la apertura de patios y la sucesión de espacios a doble altura hemos conseguido dotar de calidad y luz natural a esos espacios.
Lo más emocionante del proceso ha sido ver como la gente ha hecho suyo el equipamiento casi desde el primer momento y cómo este se ha integrado en la vida del barrio y en el espacio urbano.

¿Cuál es a vuestro juicio la clave para intervenir sobre la ciudad construida y realizar cirugía que aporte valor añadido a los ciudadanos?
Está claro que una de las claves del futuro estará en la rehabilitación y la transformación del parque edificado existente para destinarlo a los nuevos usos y necesidades que ya existen y que seguirán surgiendo. Paseando por una ciudad como Barcelona, uno no puede dejar de fijarse en la cantidad de edificios vacíos que podrían «reciclarse». Es algo que históricamente se ha venido haciendo desde siempre y que en el contexto actual resurge con fuerza como una opción muy lógica.
En este proceso resulta especialmente importante la elección: ¿qué actividad para qué edificio? Son decisiones que a menudo se toman desde el ámbito político y en las que a veces se echa de menos un mayor peso de la opinión de los técnicos. Creemos imprescindible la incorporación activa del conocimiento del arquitecto y del resto de técnicos implicados en los procesos de diseño, planificación y gestión de la ciudad. Ante una planificación equivocada el arquitecto sólo podrá ofrecer la menos mala de las soluciones. La sostenibilidad empieza por una buena planificación.

 

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¿En qué otros proyectos estáis trabajando actualmente?
Pues seguramente no debe ser casual, los proyectos que ahora mismo tenemos sobre la mesa son la rehabilitación y ampliación de una pequeña biblioteca, aquí en Barcelona, y también la reconversión de un antiguo almacén textil en librería. Es lo que se lleva.

¿Hacia dónde creéis que se dirige la actividad del arquitecto en Barcelona hoy en día?
Estamos convencidos de que Barcelona tiene una gran oportunidad en este proceso de reconversión del que hablábamos. Y este proceso puede ser liderado y materializado por toda una generación de jóvenes arquitectos capaces de aportar nuevas ideas y soluciones. La ciudad está llena de tejidos, de edificios y espacios capaces de transformarse para acoger nuevos usos asociados a la cultura, al conocimiento, a nuevas formas de habitar y -por qué no- a nuevas actividades productivas. Ahí podría estar una de las claves de la recuperación económica. Lo fácil es decir a los jóvenes arquitectos que tienen que irse o reinventarse pero suena triste cuando se tiene la certeza de que queda tanto por hacer; hay que recuperar el entusiasmo.

 

 

Fotografías: José Hevia / Enric Duch