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Iñigo Beguiristain (arquitecto por la Universidad de Navarra, 1998)  tras colaborar en otros despachos y trabajar como arquitecto municipal en administraciones de La Rioja y Navarra, establece su oficina en Pamplona.

Desde su estudio ha desarollado diferentes proyectos que van desde intervenciones en el ámbito residencial,  a una vinoteca, un outlet o una escuela infantil, por la que ha sido finalista en los FAD y ganador en los premios del COAVN-EHAEO en 2013.

 

«Resolvemos con recursos y planteamientos arquitectónicos no muy habituales en este campo»

 

¿Qué fue lo que hizo que quisieras ser arquitecto?
Fue más bien una decisión espontánea, no meditada. Siendo mis padres médicos -también lo era mi abuelo-, supongo que el destino tenía otros planes. No era mal estudiante y optar por arquitectura era casi la única opción de satisfacer mi atracción por el dibujo sin defraudar demasiadas expectativas. No obstante, creo que la decisión se produce siempre un poco a ciegas. De hecho, el alumno no empieza a vislumbrar en que consiste nuestro trabajo hasta el tercer o cuarto año de carrera. Al menos así fue en mi caso. En ese sentido, después de varios años de ejercicio, aunque el camino no está siendo nada fácil, puedo decir que no me arrepiento, todavía.

¿Qué te ha sido más útil de lo vivido en la Universidad de Navarra como alumno a la hora de desarrollarte luego como profesional?
Tal vez la disciplina y el orden. Es una escuela pequeña y periférica que supo anticiparse y hacer una apuesta decidida por apoyar la labor de sus magníficos docentes con la visita habitual de los mejores profesionales internacionales. Sobre la adecuación de muchos de los contenidos al ejercicio profesional tengo serias dudas, pero tienen más que ver con la idoneidad del plan de estudios que con la especificidad del centro. A mi modo de ver, se nos quiso dotar de una formación demasiado ambiciosa, heredera de tiempos pasados e impulsada por el afán de no renunciar a determinadas competencias en favor de otras titulaciones.. Por otro lado, tiendo a pensar que, como consecuencia de los sucesivos ‘ismos’ y renacimientos que padeció la disciplina durante buena parte del siglo pasado, la formación que recibimos iba más dirigida a no coartar el genio creativo de algún posible visionario que a dotar al grueso de los arquitectos de una metodología eficaz para dar respuesta a la importante demanda que ha tenido que satisfacer la profesión en los últimos tiempos.

 

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Central geotérmica y oficinas en París (concurso restringido). Colaboración con Agence TER, Ana Coello e Ignacio Olite Interiores de las casas JA en Pamplona

Como arquitecto has trabajado en el ámbito de la administración tanto para el Gobierno de La Rioja como para el ayuntamiento de Pamplona. ¿Qué balance haces de estos años de actividad pública?
Los comienzos fueron especialmente difíciles, al haberme aventurado a iniciarme como profesional liberal tarde, en una ciudad pequeña, con demasiados arquitectos, sin clientes, ni padrinos, ni siquiera el amparo de la suficiente experiencia previa en un estudio. En esas circunstancias la falta de confianza no tardó en aflorar, lo que, unido a la presión de las deudas asumidas en otras empresas, hizo que me sintiera atraído por la seguridad del funcionariado. Supuso, evidentemente, un paréntesis, toda vez que mi trabajo en ese tiempo se desviaba del espectro de intereses que había guiado mis pasos hasta entonces. No obstante, me permitió adquirir una serie conocimientos y recursos muy valiosos. Los arquitectos estamos obligados a tratar regularmente con las administraciones. Son, para muchos, relaciones gobernadas por la incertidumbre y la inseguridad que produce enfrentarse a lo desconocido. En lo que a mí respecta, sin embargo, creo tener una perspectiva global que, en un contexto tan competitivo, se traduce en ventaja.

Al frente de tu despacho has realizado desde intervenciones en una bodega o un outlet, a proyectos de interiorismo residencial o a una escuela infantil por la que has sido finalista en los pasados FAD y ganador en los premios del COAVN. ¿Qué valores arquitectónicos comparten proyectos tan diferentes?
Todos. Acostumbro a enfrentarme a los proyectos con el mismo bagaje y ambición, independientemente de su dimensión. Todo reto constructivo requiere una solución arquitectónica, un proyecto. El interiorismo tiene unos condicionantes claros y unas limitaciones incuestionables pero, esencialmente, permite desplegar casi todas las herramientas proyectuales que requeriría el mayor de los edificios. De hecho, creo que ésa es precisamente una de las claves de nuestro trabajo y uno de los rasgos característicos de nuestras obras de interiorismo. Están resueltas con recursos y planteamientos arquitectónicos no muy habituales en este campo. El interiorismo podría interpretarse como una renuncia –de hecho lo es–, pero no conviene olvidar la bondad de estos encargos en el sentido de que nos han dotado de no pocos recursos que redundan en una mayor calidad de nuestro trabajo y nos han permitido, por el hecho de habernos significado mientras la mayoría atendía obras más provechosas, seguir teniendo encargos que nos mantienen ocupados durante estos años de crisis.

 

 

«En nuestra trabajo persiste una querencia casi obsesiva a revelar el orden que esconde cada enunciado y someterse a él como excusa para evitar caprichosas arbitrariedades»

 

¿Qué intentas conseguir en cada una de tus intervenciones?
No es hasta que se reúne una muestra significativa de trabajos y se tiene la oportunidad de ponerlos en relación y analizarlos, cuando se descubre que subyace un discurso común que deja entrever unas inquietudes y estrategias compartidas; citando a Connolly, “¿cómo sabré lo que pienso hasta que no lea lo que he escrito?” A partir de ese momento cobras conciencia de que posees una forma propia de proceder y, en ocasiones, te aferras a ese recurso para optimizar procedimientos y tener un mayor control sobre el trabajo. Digamos que te aporta seguridad, a riesgo de que el enraizamiento de una estructura metodológica demasiado rígida pueda atenazar la libertad de los procesos creativos inherentes a nuestro quehacer. Como siempre, lo más complicado es encontrar un equilibrio satisfactorio.
Siendo así, no es difícil adivinar cuáles son algunas de las claves que identifican nuestra obra. Por un lado, persiste una querencia casi obsesiva a revelar el orden que esconde cada enunciado y someterse a él como excusa para evitar caprichosas arbitrariedades. El amparo del rigor geométrico y la inexorable precisión angular de las fuerzas gravitatorias sirven de falsilla conceptual sobre la que cimentar los trazos reguladores del proyecto. A partir de ahí, sobre la base del reconocimiento de la cantidad como la más importante cualidad del espacio, acostumbrados a desenvolvernos en entornos muy reducidos, todos los talentos se concentran en intentar diluir los límites y expandir la percepción de amplitud. Además, en sintonía con la economía de medios de la que hacemos gala, procuramos disfrazar los no pocos esfuerzos dirigidos a contener la expresión de aparente y serena espontaneidad. Procuramos, también, emplear los diferentes materiales conforme a su propia naturaleza, ensalzando sus propiedades y acusando su protagonismo…

En el caso de la escuela infantil, ¿qué objetivos de los que te marcaste en el inicio del proyecto se cumplieron una vez finalizado el trabajo?
La escuela infantil es un proyecto realizado en colaboración con Javier Larraz e Iñaki Bergera. Las colaboraciones han sido una práctica común en mi trayectoria. Empecé trabajando con Iñaki Bergera y en la actualidad colaboro habitualmente con Vaillo & Irigaray. Asimismo, he tenido la fortuna de poder trabajar con otros muchos brillantes profesionales, experiencias a las que concedo un gran valor. En cuanto a la pregunta, en el caso de la escuela fue más bien al contrario. A veces sucede que es el propio planteamiento del proyecto, una vez formulado, el que, sobre la base de la singularidad de su lógica interna, te va guiando en el proceso y va revelando nuevas e inimaginables posibilidades. En la escuela infantil el proceso de desarrollo del proyecto desde la concepción original fue muy agradecido, más aún si tenemos en cuenta lo exiguo del presupuesto.

 

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¿Cuál es la clave para que la arquitectura ofrezca más a los clientes con presupuestos más ajustados?
Nos esforzamos por acomodarnos a las situaciones e interpretar las limitaciones económicas más como un estímulo que como un inconveniente. Partimos de la base de que el buen diseño se mide por su eficacia, en términos de ser capaz de resolver los máximos requerimientos y obtener los mejores resultados empleando los mínimos recursos. Además, una parte importante de los presupuestos se destinan habitualmente a materiales de acabado que no es difícil sustituir sin afectar a la esencia de los proyectos.

Tus trabajos han sido seleccionados en varios premios internacionales y también has competido en concursos como el de unas oficinas y planta geotérmica en París. ¿Qué retos supone plantear una práctica arquitectónica internacional?
No considero que sea la consecuencia de un planteamiento premeditado. Es una empresa muy difícil en la que el empuje de la imparable globalización se ve mermado por las lógicas empatías y afinidades locales. Como consecuencia de la crisis hemos asistido a la desintegración de muchos equipos de arquitectos, sobre todo los más grandes. Paradójicamente, el fenómeno de la internacionalización está dando lugar a múltiples alianzas estratégicas y asociaciones coyunturales para aunar esfuerzos y ánimos.

¿Hacia dónde consideras que se dirige el sector en nuestro país?
Nos gobierna la incertidumbre. Los arquitectos nos hemos acostumbrado ya a vivir en una permanente provisionalidad –por no decir precariedad. Pensando en cómo ha transcurrido la entrevista observo que en mi propia trayectoria no he hecho otra cosa que luchar contra los azarosos rigores del destino en cada momento, procurando sacar el máximo partido de cada ocasión. La administración, el interiorismo, las colaboraciones… No son sino recursos para mantenerse a flote en un mar que, personalmente, como muchos de mis coetáneos, no he tenido ocasión de conocer aún en calma. Por ver el lado positivo, puede interpretarse también como una ventaja sobre los que tuvieron la fortuna de vivir tiempos mejores. No me gustaría que se interpretara como una queja. Creo haber sabido aprovechar medianamente las oportunidades y mantengo intactos el entusiasmo y la ilusión.

Fotografía: Iñaki Bergera