Eficacia y valor añadido son las cualidades del trabajo de Martín Lejarraga Architecture Office. En cada proyecto, ademas de atender a lo que la gente les pide, intentan – leyendo entre líneas – dar lo que nadie reclama. Desde su estudio en Cartagena desarrollan proyectos con cualquier programa de usos, desde la casa al hotel, de la fábrica al museo, de la escuela al parque, y en todas las escalas posibles, desde una pequeña caravana a una ciudad entera. Entienden la arquitectura tanto desde la creación como desde la transformación, y desde esa convicción la recuperación y rehabilitación de lugares y edificios ya existentes constituye una de sus actividades principales. Manejan desde la precisión, el rigor y la austeridad los medios y recursos disponibles (arquitectónicos, económicos y de todo tipo).

«Debemos dejar de aspirar a hacer las cosas menos mal para empezar a hacerlas, simplemente, bien. Debemos nutrir el residuo ya existente, antes de generar más»

 

¿Por qué quisiste ser arquitecto como profesión?
Sí.
(Fingido Warhol)

¿Qué te influyó más de tu paso como alumno por la ETSAM?
Ser alumno de la ETSAM a comienzos de los ochenta no era participar de una escuela efervescente y llena de maestros impagables y compañeros brillantes; era la oportunidad de vivir una ciudad donde la actividad creativa, la música, los conciertos, las exposiciones (Warhol, por cierto, en Madrid), ARCO, las publicaciones, etc., en suma, un talento febril e inspirador, lo inundaba todo. Era fácil, solo había que prestar atención.

En 1991 abres tu despacho en Cartagena. ¿Cómo ha evolucionado el estudio en estos más de 30 años de actividad?
Todo se mueve, y el estudio ha ido cambiando con los tiempos, y como ellos, cada vez a mayor velocidad; nos sentimos cada vez más preparados, aunque nunca sabemos exactamente para qué.

¿Cómo condiciona trabajar desde una ciudad como Cartagena a tu arquitectura?
Cartagena es Roma, (en abstracto y por muchos motivos); una ciudad en la que durante siglos la materia se transformaba pero nada se perdía. La segunda mitad del s XX reventó la historia, y ahora la ciudad sufre el síndrome del miembro fantasma.
Vivir y trabajar en Cartagena nos ha enseñado a prestar atención, a documentar exhaustivamente los proyectos, estén donde estén, a reunir con urgencia y paciencia al mismo tiempo todos los datos necesarios para ofrecer soluciones.
El hecho de trabajar desde un principio en edificios ya existentes orientó nuestra actitud hacia la rehabilitación y la reutilización material de la construcción sin prejuicios, antes de que se haya convertido en un mantra conceptual y normativo.

¿Qué valores arquitectónicos son comunes en vuestros trabajos en el estudio?
“Sentido y sensibilidad”, reproduciendo a J. Austen, es el título que hemos dado alguna vez a nuestras presentaciones de obras; las podemos explicar desde la física, la química, la economía, la filosofía, la sociología, la ecología, la belleza, pero al final es ese equilibrio global el que marca las decisiones de proyecto.

¿Qué plus intentáis aportar en vuestras obras más allá de lo que piden los clientes?
Intentamos leer entre líneas; Ilse Crawford dice una cosa muy interesante: tenemos dos ojos, dos orejas, una boca, así que procuramos estar atentos a lo que se nos ofrece y luego interpretar esos datos. Estamos abiertos a muchos mundos y nos vamos nutriendo y bebiendo de muchas fuentes, que volcamos de forma directa e indirecta en nuestro trabajo.

Entendéis la capacidad regeneradora que tiene la arquitectura para los edificios y lugares. ¿Qué retos os marcáis a la hora de intervenir en el patrimonio construido y el paisaje?
Al igual que la ciudad no me pertenece, yo no le pertenezco a ella; somos sus invitados, como nos define Steiner cuando habla de ser los invitados de la vida, y por ello un buen invitado, un invitado digno, deja el lugar en el que ha sido hospedado algo más limpio, algo más bonito, algo más interesante que como lo encontró. Y si tiene que marcharse, hace sus maletas y se va.
Así intentamos comportarnos siempre, sin más.

 

Recientemente habéis estado inmersos en diferentes proyectos en el ámbito de las residencias de estudiantes. ¿Cuáles son los objetivos que buscáis en este tipo de espacios?
En las residencias de estudiantes, como en la mayoría de los programas contemporáneos, se van extremando los espacios individuales y los colectivos; nosotros tratamos de dirigir y controlar esa tensión y encontrar un equilibrio entre ellos.
Las habitaciones se diseñan y se dimensionan desde la referencia de la persona, y se ajustan en cuanto a las medidas y funciones que cubren; los espacios comunes dan cabida a una cada vez más amplia escala de usos colectivos que favorecen la sorpresa, el encuentro, la relación, el intercambio, en definitiva, la comunidad.
En algunos de esos proyectos, y en la línea ya apuntada, se rehabilitan y reforman edificios con otros usos, como escuelas o colegios mayores, para adaptarlos a estas nuevas formas de vivir.

En el ámbito de la vivienda, donde tenéis diferentes trabajos, ¿qué innovaciones son fundamentales para actualizar el hábitat a las necesidades actuales de la ciudadanía?
Las formas de vida han ido cambiando desde hace décadas, y aunque el mercado de la vivienda se resistió mucho tiempo a aceptarlo, manteniendo estereotipos caducos, la crisis inmobiliaria de 2008 y el impacto de la pandemia han borrado definitivamente esos límites.
Los nuevos modelos de vivienda surgen de las necesidades reales y actuales de los ciudadanos y las nuevas formas de vivir y relacionarnos, y están atentos a ellas incorporando las demandas en términos de programa, espacios, sostenibilidad…, y aceptando que la arquitectura se nos ofrece como un arte visual que juega un papel como generador de tendencias.

Habéis intervenido en muchos equipamientos y edificios singulares a lo largo de los años. ¿Qué sensaciones buscáis que experimenten los usuarios de estos espacios?
Intentamos que esos espacios conecten a los usuarios con la experiencia que buscan en ellos (la iglesia, el museo, el colegio, la biblioteca…), y les produzcan bienestar y les causen extrañeza a un tiempo, y con ello experimenten efectos y emociones que no esperaban.
Cuéntame algo que no sepa, es lo que confiamos en ofrecer al usuario.

¿En qué proyectos estáis trabajando actualmente desde vuestro estudio?
Nuestra trayectoria siempre ha desarrollado proyectos muy distintos, en diversas líneas de trabajo. Ahora mismo desarrollamos programas residenciales en diferentes escalas y programas: desde la rehabilitación de edificios existentes para viviendas, a residencias universitarias y pequeños hoteles. Pero también trabajamos en espacios públicos de uso colectivo.
Al mismo tiempo seguimos desarrollando otras acciones culturales, como el proyecto “Fachadas”, con el fotógrafo Juan Manuel Díaz Burgos, que deja testimonio de las personas y los proceso que participan en las obras y las hacen posibles, y que dan fe del esfuerzo colectivo y el trabajo en equipo de la arquitectura.

¿Hacia dónde consideráis que se dirige la arquitectura a medio y largo plazo?
Una vez aceptado, excepto por los economistas irredentos, que en un planeta finito el crecimiento infinito, aunque sea “sostenible”, no resulta viable, la arquitectura debe converger en el decrecimiento ordenado, porque todo lo que fabricamos tal y como lo hacemos hoy en día ya es residuo.
Debemos dejar de aspirar a hacer las cosas menos mal para empezar a hacerlas, simplemente, bien. Debemos nutrir el residuo ya existente, antes de generar más.
Resulta imprescindible minimizar el uso de recursos en nuevas arquitecturas para orientarnos a mejorar progresivamente todo lo ya existente para convertirlo en arquitecturas plenamente operativas.

Fotos: David Frutos