Tras su paso por Ruiz-Larrea y Asociados, en el 2000 funda su propio despacho MADC Architects, un ecosistema de microemprendores e investigadores que trabajan sobre nuevos modelos de relación entre ciudad y medio ambiente. Su actividad más allá de los proyectos nacionales e internacionales que desarrolla en MADC, se centra también en la investigación, la enseñanza -como director del Máster en Eficiencia Energética y Arquitectura Bioclimática en la Universidad Camilo José Cela- y la responsabilidad social, en colaboración con asociaciones como Asociación Sostenibilidad y Arquitectura (ASA), de la que es actualmente su presidente.
«El elemento común es la actitud desde la que se abordan nuestros trabajos, no sabemos dar recetas.»
¿Qué te sedujo de la arquitectura para hacer de ella tu profesión?
Posiblemente la puerta de entrada a la arquitectura, en mi caso, fue el dibujo. Siempre se me dio relativamente bien, incluso en el colegio. Me fijaba en los grandes dibujantes de la historia y muchos fueron arquitectos: Leonardo, Miguel Ángel… Con estos antecedentes, la etapa de formación en la universidad me decepcionó un poco al principio, de alguna manera era difícil conectar con algo que en el fondo no conocía, la arquitectura no son solo dibujos, evidentemente. Creo que pude adivinar un camino algo más tarde, aún como estudiante pero trabajando ya en el estudio de Cesar Ruiz-Larrea. Esa etapa me transformó profundamente, comprendí que la arquitectura es un hecho cultural fascinante que demanda una mirada propia, profundamente subjetiva, sobre el Mundo. Desde entonces la arquitectura no ha dejado de sorprenderme. Nunca.
¿Qué te marcó más de tu época como estudiante en la ETSAM?
Sin duda los viajes. Ahora entiendo muy bien el consejo que Álvaro Siza daba a los jóvenes hace poco en Madrid: viajad. Es lógico, la arquitectura es una experiencia, en la obra no hay asignaturas o documentos técnicos. Nada a nivel pedagógico puede superar la experiencia espacial y directa de una obra de arquitectura.
Con la experiencia de los años, echando la vista atrás ¿qué hubieras agradecido que se ahondara más en la formación universitaria?
Tal vez un enfoque más diverso aunque sin olvidar los conocimientos propios y nucleares de la arquitectura. En los noventa las escuelas de arquitectura proponían un modelo único de arquitecto autor -me cuesta llamarlo artista- que nunca me interesó demasiado. No culpo a la academia, posiblemente siempre ha sido así, siempre se han formado generaciones de arquitectos bajo planes de estudios superados por la realidad del momento: sucedió con la generación que acabó la carrera tras la guerra civil habiendo recibido una formación clásica, y tal vez siga pasando hoy día. La academia es conservadora por naturaleza, está por ver su capacidad de adaptación al presente, su propuesta para el Siglo 21.
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Tras formar parte del despacho de César Ruiz Larrea, en el año 2000 fundas tu propio estudio en Madrid. ¿Qué valoración haces de estos 15 años de actividad?
La actividad ha ido creciendo cuantitativamente -esperemos que también en proporción cualitativa- y de alguna manera enriqueciéndose unas a otras. Al principio solo existía el despacho de arquitectura, era a lo que nos había enseñado, todos a tener estudio propio. No obstante a mí no me resultaba suficiente, era consciente de todo lo que me faltaba por aprender y desde que finalizo mis estudios en 1998 compagino mis primeros años de actividad con los estudios de doctorado, se puede decir que seguí siendo estudiante, y hasta hoy. Años después inicié mi carrera en la docencia (en 2008), es muy gratificante cuando se realiza de forma vocacional, y posteriormente la investigación, el gran tema pendiente en este país. Siguiendo con el incremento progresivo de actividad, desde 2009 comienzo mi participación en ASA, asociación que presido desde 2013 y que integra un colectivo de casi 500 arquitectos interesados en eso que genéricamente y para entendernos hemos llamado sostenibilidad. Por último, relacionada con todas las anteriores, se encuentra mi labor como escritor y divulgador en temas de arquitectura, la comunicación es un tema clave, fundamental, y los arquitectos no hemos sabido transmitir un relato cultural a la sociedad (como por ejemplo han hecho los cocineros o los actores). La comunicación con la ciudadanía es un asunto pendiente que ahora, gracias a la aparición de blogs y redes sociales, parece si no fluida, al menos viable. La valoración de todo este trabajo me cuesta hacerla desde dentro, evidentemente se hace posible gracias a la colaboración de muchas personas.
En el despacho habéis realizado diferentes proyectos residenciales así como un taller ocupacional, siempre teniendo en cuenta el impacto medioambiental y social. ¿Qué otros valores arquitectónicos consideras que comparten vuestros trabajos?
Creo que el elemento común a todos nuestros trabajos es la actitud desde la que se abordan, no sabemos dar recetas. Es la actitud la que hace viable que el taller ocupacional tenga un presupuesto final “cero” gracias a la gestión de donaciones; o que una promoción privada de viviendas esté exenta del pago de licencia municipal al considerar el ayuntamiento que el proyecto contiene valores sociales, urbanos y medioambientales que lo convierten en una actuación de interés colectivo. Evidentemente esta actitud tiene un coste en tiempo de dedicación por nuestra parte, no es lo mismo estudiar la normativa y generar automáticamente una respuesta que valorar alternativas que incluyen factores de escalas diversas: desde el territorio hasta la procedencia de los materiales. Por suerte, los proyectos que sacamos adelante tienen repercusión en prensa, medios especializados o congresos, generando un proceso de identificación positiva hacia todos los agentes implicados.
Uno de vuestros últimos trabajos es el proyecto Twins en la localidad de Griñón, prototipos de vivienda prefabricada con un consumo diez veces menor que las convencionales. ¿Qué objetivos de transformación os habéis marcado con este trabajo?
Este es un trabajo muy ambicioso que llevamos desarrollando mucho tiempo, no sé cuando empezó realmente, pero recuerdo que se publicó por primera vez en El País en 2011, por suerte ya se está tramitando la licencia municipal de obras (aunque paradójicamente no hay obra como tal al fabricarse las unidades en taller). Los retos son urbanos por un lado, mejorando en múltiples niveles la ciudad que nos hemos encontrado; y por otro lado arquitectónicos, proponiendo un prototipo de consumo casi nulo que conecta algunos de los retos más importantes a los que la ciudad y la arquitectura tendrán que enfrentarse en un futuro cercano. Si me permites, tal vez el mayor reto haya sido comprobar que la relación entre la administración, la universidad, la industria y un equipo técnico multidisciplinar, puede lograr soluciones inclusivas increíblemente innovadoras en beneficio de la ciudadanía, el reto de esta colaboración –que parece tan de sentido común- ha sido para mí uno de los mayores logros.
«El reto es muy grande: no se trata de construir más, o rehabilitar más, sino de gestionar la ciudad de manera completamente diferente.«
¿En qué otros proyectos estáis trabajando actualmente?
En España acabamos de ser premiados por la Fundación Mies van der Rohe por nuestra participación en el concurso “Fear of Columns” en Barcelona, se trata de un tercer premio que nos hace especial ilusión por el perfil académico e internacional de los equipos premiados: ya estamos preparando el siguiente concurso también en España. Por otra parte estamos desarrollando un encargo en Madrid, se trata de un pabellón para eventos ampliación de un inmueble catalogado por su interés patrimonial, en este caso la arquitectura desaparece para dejar todo el protagonismo a la edificación histórica. Además, hemos iniciado nuestro primer proyecto internacional fuera de España, en Noruega, y aunque estamos en la fase inicial de anteproyecto, estamos muy ilusionados con la idea de poder construir en un entorno muy diferente al nuestro, una realidad completamente distinta prácticamente en todos sus ámbitos: climático, social, económico, cultural, urbano, paisajístico, etc.
Además de la actividad arquitectónica como despacho, desarrollas con el mismo ímpetu otras tres áreas claves: investigación en diferentes proyectos, enseñanza en la Universidad Camilo José Cela, y responsabilidad social en colaboración con asociaciones como ASA, de la que eres actualmente su presidente. ¿Cómo se interrelacionan estos cuatro vasos comunicantes?
En realidad cada actividad participa de alguna manera del resto, en caso contrario sería materialmente imposible además de completamente incoherente. Lo que escribimos o enseñamos tiene mucho que ver con lo que hacemos. En realidad, esta dinámica no resulta un gravamen o exceso, sino que impulsa desde varios frentes la misma actividad, desbloqueando en ocasiones alguna situación difícil de abordar desde un solo punto de vista.
¿Hacia qué paradigma consideras que se dirige el sector? ¿Consideras que el colectivo ha aprendido de los errores cometidos?
No sabemos hacia dónde nos dirigimos, posiblemente los errores se repitan y no creo que hayamos dejado atrás ninguna crisis: nos encontramos ante un nuevo estado del Mundo. Sin embargo creo que sí existe un cierto desplazamiento del interés disciplinar hacia la ciudad como conjunto en detrimento de la obra arquitectónica en singular. Podríamos hablar de un paradigma sistémico en lugar de disruptivo. En este sentido los retos son ineludibles, intuimos cinco ejes fundamentales para el futuro inmediato de las ciudades: la incorporación de energías renovables en los centros urbanos; la gestión masiva de datos y la nueva capacidad de interacción de la ciudadanía; los nuevos modelos de movilidad eléctrica y de emisiones cero; la regeneración ambiental del espacio público; y la renovación del parque edificado integrándose todos los aspectos enumerados con anterioridad. El reto es enorme y el potencial de mejora es muy grande: no se trata de construir más, o rehabilitar más, sino de gestionar la ciudad de manera completamente diferente.