Egue y Seta finaliza Madeleine Mon Amour en el Poblenou (Barcelona)
Un espacio que combina la honestidad material del hormigón, la piel desgastada y la madera rústica con el brillo y sofisticación de molduras cobrizas, tapicería capitoneadas y la delicadeza de las magnolias. Todo bajo un esquema de iluminación arquitectónica cálida y sensual que subraya las aristas de un interior en doble altura visible desde la rambla del Poble Nou en Barcelona.
La tarea consistía en crear un espacio íntimo, elegante pero acogedor y las referencias introducidas por el cliente iban desde tiendas de lencería femenina, hasta el estilo “budoir” francés de la “belle epoque”. En resumidas cuentas, la firma Egue y Seta se enfrentaba al proyecto “más femenino” que hubiesen abordado hasta la fecha y dudaban «entre ponerse (en este caso) los tacones y sacar su lado más ”rosa” o derivar directamente el encargo hacia alguna colega guapa y dispuesta. Optamos por lo primero y tras meses de proyecto sabemos distinguir entre el fucsia, el magenta, el rojo purpúreo y el violeta francés…!»
El resultado es un espacio que combina la honestidad material del hormigón, la piel desgastada y la madera rústica con el brillo y sofisticación de molduras cobrizas, tapicería capitoneadas y la delicadeza de las magnolias. Todo bajo un esquema de iluminación arquitectónica cálida y sensual que subraya las aristas de un interior en doble altura visible desde la rambla del Poble Nou. Una sala mullida y luminosa, como el estuche de una joya, que se ve a través de una generosa cristalera en carpintería de hierro negro, flanqueada por sendos cortinajes de terciopelo rosa bajo los típicos toldos “capota” del Paris de Haussman.
Todo en este local es constante diálogo entre opuestos: Las paredes combinan fríos brillos metálicos con la opacidad veteada del cemento gris sobre el cual se describe el perfil parisino, torre Eiffel incluida, con trazos “manuales” en un profundo sepia; La rusticidad del roble teñido y macizo se ve revestido en mantelería de gabardina color arena sobre el cual destacan teteras y azucareras de blanquísima porcelana cuyo marcaje fue realizado en el despacho siguiendo el espíritu decididamente femenino marcado por el grafista que acometió el diseño original del logo; la lógica fastuosa, concéntrica y escalonada de la tradicional “chandelier” fue acometida este vez, desde la economía constructiva del hierro forjado y las bombillas de balón y filamento visto; por último, los empaques, trípticos y sobre todo el menú, logran conciliar un concepto y una oferta de rabiosa novedad en la ciudad, con un estilo denodadamente retro: uno que opta por situar sobre un fondo desgastado y amarillento tipografías de patín, logotipos a la usanza de cuños, e iconos “grabados” para hablar al mismo tiempo de una historia y un ritual de degustación que ya fuese descrito por Proust.