Tengo muchos amigos arquitectos hijos de arquitectos, y tengo muchos amigos arquitectos hijos de no arquitectos. No creo que a los primeros les vaya mejor que a los segundos, más bien no. A quien mejor le va es a quien más trabaja, a quien más suerte tiene y, sobre todo, a quienes mejores ideas tienen. Por supuesto que aquel que tiene buen padrino tiene más opciones, pero eso pasa en todas partes, y no depende solo de ser “hijo de…”.

 

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Alta 3 Arquitectos – Innside Madrid Suecia

Hay un momento en la vida, generalmente muy corto y nunca ligado al tema profesional, donde el nombre de uno pasa a ser “padre/madre de…”, en el que, incluso a veces, se acierta con el nombre real. No hay más que mirar la agenda del móvil para ver cuantos padre y madre de hay allí escritos. Más largo suele ser el periplo de “Hijo de…”. Si obviamos la parte ligada al cabreo y verborrea hispana, esa frase tan corta incluye unas buenas dosis de curiosidad, respeto, envidia y menosprecio.

La curiosidad es innegable, las personas somos curiosas por naturaleza, y cualquier cosa que se salga de la rutina es especial. Conocer al hijo de alguien público o famoso es, al menos la primera vez, especial, aunque solo sea porque abre un nuevo canal de debate y discusión con los allegados durante un rato.

El respeto también es inherente a la condición humana, así que, de salida, el mismo tratamiento que tuviese el progenitor tendrá el sucesor, para bien o para mal, al menos en el primer envite.

Envidia, también propia de los humanos, que siempre queremos ser “lo más”. El quealguien sea “hijo de…” implica que el padre/madre es conocido/famoso, y eso lleva directamente al menosprecio, punto final, más doloroso y casi siempre presente en el “hijo de…” Porque claro está “si el padre no hubiese sido tal, el hijo no estaría ahí” y es que es prácticamente imposible hablar profesionalmente bien de alguien que es “hijo de…” sin mentar al predecesor.

Al grano. Todos somos hijos de alguien, alguien que se desvivió para formarnos y cuya mayor ilusión en la vida suele ser verse superado por sus vástagos. Ahora bien, el código genético hace que hijos y padres se parezcan, pero no nos hace iguales. Entonces, ¿por qué esa obsesión paterna en que los hijos continúen con lo que han hecho ellos? El dinero y las posesiones se heredan, el carácter se forja, la ética de trabajo se trabaja, la suerte se busca, y en general las fortalezas han de trabajarse mucho para que salgan y afloren.

Es curioso, pero hasta que hace muy poco tiempo, no más de un par de meses, que alguien decidió, a mi cara, denostar mi trabajo, no me di cuenta de ello. De repente, todo lo que había trabajado yo durante toda mi vida no tenía valor, porque soy sucesor, a mucha honra, de grandes arquitectos con notable trayectoria. Un poco de investigación, no mucha, le habría llevado a mi interlocutor a darse cuenta que si bien D. Joaquín Otamendi fue mi bisabuelo, su hijo, mi abuelo, no lo fue, como si lo fue su hijo, mi padre, con quien nunca tuve el honor de compartir estudio debido a una demasiado prematura muerte.

Tengo muchos amigos arquitectos hijos de arquitectos, y tengo muchos amigos arquitectos hijos de no arquitectos. No creo que a los primeros les vaya mejor que a los segundos, más bien no. A quien mejor le va es a quien más trabaja, a quien más suerte tiene y, sobre todo, a quienes mejores ideas tienen. Por supuesto que aquel que tiene buen padrino tiene más opciones, pero eso pasa en todas partes, y no depende solo de ser “hijo de…”.

Ser “hijo de…” abre puertas, pero el secreto no es abrirlas, es mantenerlas abiertas, y en un mundo tan competitivo y donde la información fluye tan rápido, ser hijo de alguien no garantiza nada, y mucho menos entre profesionales, porque ni ser hijo de buen médico garantiza que uno lo sea, ni de abogados, ingenieros, arquitectos o en general, en nada. A los “hijos de…” se les mide por otro rasero, no se les permite fallar, están siempre observados, auditados, juzgados por comparación. Esa presión hace, que casi nunca triunfen, y el que lo hace es porque es muy bueno y muy fuerte mentalmente, así que, ¿por qué no reconocerlo?

Uno de esos esforzados amigos es Julio, heredero de uno de los mejores estudios de España que trabaja, además de aquí por todo el mundo, y que está donde está por el padre….. y por el hijo. ¿Cuándo se le reconocerá su esfuerzo? Su padre ya lo ha hecho, ¿el resto del mundo? Seguramente cuando papá se retire definitivamente o se muera. Injusto.

¿Cuántas empresas, consultas, estudios, etc no se han hundido una vez que Jr. cogió el relevo de Sr.? Hay muy pocos casos de empresas y servicios profesionales que lleven 2 o más generaciones creciendo, y lo normal es que nunca superen la primera herencia. Por lo tanto, cuando se encuentra un “hijo de…” haciendo grandes obras, ampliando fronteras, perpetuando una estirpe, ¿no sería mejor reconocerlo que tratar de restarle mérito? A mí me encantaría ser hijo profesional y no solo genético de mi padre. Mi deseo es que su apellido, el de su abuelo, mi herencia, vuelva a ser conocido, aunque si tengo la suerte de conseguirlo, entonces seguramente, de repente, mi trabajo valdrá menos.

Por Álvaro Otamendi