Glasgow es una ciudad de contrastes. Tiene callejones siniestros atravesando las avenidas más comerciales e iconos de la arquitectura moderna elevándose, solitarios, entre autopistas, aparcamientos y naves industriales. Es ejemplo en Europa por su vibrante escena artística y por sus focos de pobreza. Su crecimiento durante la revolución industrial fue casi tan dramático como su decadencia, con una población que a principios del siglo pasado doblaba la actual.

 

1

La tendencia actual de la población mundial es la concentración en centros urbanos, y Glasgow no es una excepción. Lo que convierte su modelo en especialmente interesante, es la separación entre algunos de sus núcleos, provocada por la desastrosa tasa de emigración en periodos puntuales de su historia. Este panorama estimula las especulaciones, tanto urbanísticas como teóricas, de las que la ciudad ha sido, y sigue siendo, víctima y beneficiaria.

La Segunda Guerra Mundial trató relativamente bien a Glasgow, que apenas se vio bombardeado, y concedió a su decrépita industria pesada una segunda oportunidad. Pero el final de la conflagración significó el agotamiento de la bombona de oxígeno que mantenía vivo un modelo fabril anticuado. En pocos años, la ciudad se vio incapacitada para proporcionar trabajo a grandes sectores de su población, que emigraron o se quedaron instalados en un futuro incierto.

Este nuevo escenario demográfico dejó una ciudad salpicada de vacíos. Para algunos, esto fue una gran oportunidad, y su afán de experimentar con nuevos modelos provocó que barrios enteros fueran demolidos para dejar paso a autopistas y torres de pisos. Borrón y cuenta nueva, con arquitectura como chivo expiatorio, fue el denominador común del siglo XX. Como si la disposición de los tabiques y el tamaño de las ventanas engendraran un virus contagioso que se apoderara de la voluntad de sus habitantes. La transformación de la ciudad durante los años 50, 60 y 70 destruyó más patrimonio arquitectónico que los bombarderos alemanes en muchas ciudades del Reino Unido. Grandes sectores de la población se vieron trasladados a nuevos complejos desconectados de la vida urbana tanto dentro de la ciudad como en áreas periféricas.

2

Actualmente, muchos de estos experimentos son considerados un fracaso y están siendo demolidos, haciendo gala de exactamente la misma actitud nihilista de desconsideración hacia el pasado que condujo a su construcción. La realidad es que la culpa de la decadencia de las viviendas patrocinadas por el estado no recae únicamente en cuestiones de diseño. Una serie de nuevas políticas, especialmente el ‘Right to Buy’ de Margaret Thatcher, transformarían el Reino Unido, redefiniendo la vivienda como una oportunidad de inversión, en lugar del derecho protegido que había sido hasta entonces. Estas políticas tendrían el resultado de que las grandes proporciones de británicos que vivían en esquemas estatales, se vieran reducidos paulatinamente a una minoría. Y, poco a poco, la distancia entre los desposeídos y el resto del país se incrementaría.

La premisa actual es volver a densificar la ciudad, y recuperar el concepto de calle donde viviendas, servicios y negocios cohabiten. La reconexión entre los polos del deshilachado mapa de Glasgow tiene gran potencial de transformación. La gente de Glasgow, como la de Zenobia de Calvino, aspira a ver deseos transformados en realidad, y a alejarse de una distopía en la que perversas transformaciones se ensañan para anular esos mismos deseos.

3

Hasta ahora, las transformaciones radicales siempre se habían justificado con la preferencia del público por casas modernas, conexiones rápidas y viviendas en propiedad. La nueva era de comunicaciones sociales, con foros de discusión creados por y para la expresión de individuos y colectivos, está tambaleando los cimientos de ciertas hipótesis urbanísticas. En octubre de 2010 presencié la demolición de una de las pocas torres de pisos que quedan en Gorbals, al sur de Glasgow, y tuve la sensación de no ser el único suspirando al ver cómo otro capítulo de la historia de la ciudad era relegado a documentos gráficos. Las iniciativas populares que han detenido la demolición de los Egyptian Halls de Alexander Thomson, o, más recientemente, la remodelación de George Square, han reforzado mi percepción de que la gente en Glasgow valora la idea de continuidad, y no siente tanto entusiasmo por las transformaciones radicales como sus gobernantes.

Estudiar, trabajar y vivir en Glasgow me ha ayudado a entender conceptos de desarrollo urbanístico y el papel del arquitecto en tiempos de transformación mundial. En este espacio compartiré reflexiones desde mi perspectiva de extranjero en el Reino Unido y hablaré con diferentes profesionales para intentar discernir cómo y por qué se hacen las cosas como se hacen en una variada selección de contextos culturales, socioeconómicos y geográficos.

Por Gustavo Crespo